Los sentidos
A veces deparamos en que nos hemos dejado engañar por nuestros sentidos, ese bien tan preciado para los mortales; aquello que nos permite ver, oír, sentir e incluso amar... nos traiciona y se vuelve nuestro enemigo.
Nos dejamos persuadir por ellos hasta la locura, porque lo que oímos, vemos o sentimos dista inmensamente de la realidad; tan cerca y a la vez tan lejos de ella...
Resulta duro darnos cuenta de que vivimos en un mundo imaginario, un mundo donde nada es lo que parece ser, donde asignamos roles inapropiados. Es duro reconocer que nos hemos equivocado, que nos han engañado nuestras armas vitales; sentimos que nuestro mundo se desvanece, nuestros sueños se rompen y nuestras ilusiones se pierden ¿es admisible algo así?
Reflexiono... y, aunque parece ininteligible, advierto que me inunda la verdad, una voz me grita que todo es irreal, la vida es un manto de humo que nos confunde; lo percibimos todo borroso, trastocado; tan inextricable... nada es lo que parece ser. Intentamos amarrarnos con fuerza a lo que ansiamos como verdadero, a lo que nos gustaría que fuera real, pero resulta inviable y entramos inevitablemente en un túnel oscuro donde es imposible encontrar una mano que nos guíe. Estamos solos.
Me duele admitir que es así, reconocer que me he equivocado, que nada es tan complejo como lo captamos, que nuestra mente y nuestras experiencias lo enmarañan todo, que nadie es diferente, no hay distinciones; nada es bueno o malo, nadie está por encima ni por debajo; todos vivimos supeditados a unas leyes y unos valores que nos han sido impuestos inexorablemente; nadie es libre; la libertad es sinónimo de utopía.
Ahora me siento infausta y desgraciada, no dejo de repetirme a mí misma que soy la única responsable, que la culpa es solo mía por dejarme seducir dócilmente; me lamento pensando lo que pudo ser y no fue, lo que pude hacer y no hice; las experiencias perdidas que ya nunca volverán; no hay vuelta atrás, el tiempo se me escapa. Me enamoré casquivanamente de aquellas palabras ilusorias que solo yo entendía, a mi manera, y que nada tenían que ver con la realidad.
Así me doy cuenta de que, una vez más, me tienden una trampa mis sentidos, una treta de la que yo misma soy cómplice, que yo he consentido. No existen más culpables que yo; no acuso a nadie más, así como tampoco exijo indulgencia.
La alienación me ha desbordado y decido zambullirme en la indiferencia para soslayar esta verdad que me hace tanto daño, este eco que me martillea despiadadamente; es inútil, no podemos huir de la realidad a la que hemos dado forma, somos escultores condicionados por nuestros sentidos, trabajamos para ellos; es absurdo intentar escapar.
Estamos en un laberinto infinito, ¿dónde está la salida? Todas mis esperanzas se desvanecen; me doy cuenta de que somos transeúntes pasajeros de la vida; guionistas y actores de esta película en la que el director no ha realizado un buen reparto; y llegados a este punto... ¿qué sentido tienen el guión o el reparto? si lo único cierto es que, irremediablemente, el final de la película será para todos el mismo.
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